la vida y la muerte (267): luciérnagas en la oscuridad

Se conocieron en una verbena de Sant Joan; ella tenía quince años, él unos pocos más. Ella era la mayor de las tres hermanas de mi padre, él el mediano de tres varones. Tuvieron un noviazgo largo en aquella posguerra de miedo y hambre”

Así comenzaba un texto que escribí en abril del 2020 de título EXIGUAS EXEQUIAS DE ESTA PANDEMIA pensando en el triste funeral de Antonio. Al escribirlo ahora recuerdo aquella ceremonia solitaria -casi a hurtadillas- que, inmerecidamente, tuvo mi tío.

No han transcurrido ni cuatro años desde entonces y ahora Marta nos deja frente a la intemperie, como huérfanos ante un páramo de nieve y hielo.

Al mencionar la nieve viene a mi memoria la escena de la película Ciudadano Kane de Orson Welles donde el magnate musita una palabra -Rosebud, el nombre de su trineo- cuando su vida expira. Regresamos siempre a la infancia, no en vano fue Rilke quien dijo que la infancia es la verdadera patria del hombre.

No vengo a hablaros de la infancia de Antonio o de Marta. Ni de sus viajes primero en Vespa, luego en 600 y más tarde en el Simca 1000. Vengo a reivindicar las tardes de domingo en Sarriá, cogido de la mano de mi tío, él vitoreando a Marañón y yo a Esnaola. Vengo a evocar los litines que preparaba mi tía en plena canícula o su aliento estos últimos años a que siguiera escribiendo (un valioso estímulo viniendo de una contumaz y sabia lectora) y, finalmente, vengo a rememorar las fiestas de las familias Méndez y Solé y mi galope por el angosto e infinito pasillo de la mansión de Enrique Granados.

Todos vosotros atesoráis instantes compartidos con Antonio y Marta; los mejores, sin duda, no se extinguen hoy. Permanecen en vuestra noche como luciérnagas que aplacan el duelo.

Recupero ahora un poema que escribí a los nueve años de perder a un ser querido. Lo adapto para la ocasión justo el día después de la anunciada borrasca, cuando los meteorólogos predijeron que llovería aunque yo sólo vi lágrimas.

EL CAMINO Y EL RECUERDO

Hijas (Marta, Silvia, Virginia), Nietos (Gerard, Sonia, Mónica, Mar), Hermanos (Juan, Victoria), amigos:

Aceptad el olvido.

Permitirnos ser brisa,
lluvia, alborada, monte.
Hito de una vereda.

La sombra de un recuerdo
oculta en la niebla.

El fresno junto a la casa.
Ceniza en vuestra hoguera.

Autor: Javier Solé, enero 2024

Ilustración de Leszek Bujnowski

Más información en:

https://fragmentsdevida.wordpress.com/2020/04/27/retratos-de-espana-210-diario-del-confinamiento/

https://fragmentsdevida.wordpress.com/2013/04/28/tarde-de-futbol-en-sarria/

https://blocdejavier.wordpress.com/2023/02/26/el-camino-y-el-recuerdo/

la infancia (139): la ciudad de Franco

MAYO 68

estoy tratando de salvar al niño
que respira palabras,
al preso de una muerte súbita
con el santo y seña de la matanza”

(David Mariné)

Mi padre me llevaba
por el barrio del Raval.

Él caminaba callado.
Yo no hablaba.
Nadie decía nada
en aquella ciudad de Franco.

Entre putas, exconvictos
gitanos y marineros
el oficinista del Banco Central
con su hijo de la mano.

Espérame en el bar
era cuanto decía

Y se perdía en el rellano
de la pensión de la calle Aurora.

El tiempo era una Fanta
con un plato de aceitunas
entre modistas, borrachos
y soldados de reemplazo.

Media hora más tarde
mi padre cruzaba la calle
y se ajustaba la pernera.

Acábate la Fanta
para él la última aceituna.

En el piso del suburbio
las voces de mis padres
antes y después de la cena.
Yo sabía que el futuro
era París o un barco mercante.

Todo esto acontecía
en mayo de mil novecientos
sesenta y ocho
en aquella ciudad de Franco.

Autor: Javier Solé

Fotografías de Eugeni Forcano y Xavier Miserachs

Más información en:

http://vaixellblanc.blogspot.com/2013/09/barrio-chino-raval.html

ciudades y personas: Rupit

RUPIT

Tecleé con el corazón
-entre el índice y el anular-
el pacto de mis padres
en una Hispano Olivetti.

Fue una convivencia
larvada por los reproches
la muerte y la pobreza.

Al día siguiente
de la noche de la firma
fuimos a celebrarlo
en un pueblo de montaña.
Al salir del restaurante
un paseo en familia
por las calles empedradas
bajo un sol de otoño.
Y una fotografía para el recuerdo.

Era la última de mis padres juntos
donde ambos sonreían.
Cuando miro esa imagen
me pregunto si es
por los gozos del pasado
o las sombras del futuro.

Ahora sé que ese instante
en un pueblo de montaña
bajo el sol de una tarde de otoño
fue la tumba de mi infancia.

Autor: Javier Solé

Fotografía: Teresa y Jorge en Rupit (1980)

RUPIT

Vaig teclejar amb el cor
-entre l’índex i l’anul·lar-
el pacte dels meus pares
en una Hispano Olivetti.

Va ser una convivència
larvada pels retrets
la mort i la pobresa.

L’endemà
de la nit de la signatura
vam anar a celebrar-ho
en un poble de muntanya.
En sortir del restaurant
un passeig en família
pels carrers empedrats
sota un sol de tardor.
I una fotografia per al record.

Era l’última dels meus pares junts
on tots dos somreien.
Quan miro aquesta imatge
em pregunto si és
pels gojos del passat
o les ombres del futur.

Ara sé que aquest instant
en un poble de muntanya
sota el sol d’una tarda de tardor
va ser la tomba de la meva infància.

Autor: Javier Solé

la infancia (133): la playa de Castellón

DESAHUCIO

«… la casa de san andrés de los tacones
aún sigue en pie.
Como un poema
o mejor:
como una semilla»

(David González)

Nunca abandonaré la infancia.

Vendí la casa de los padres a un fondo buitre.

Los turistas
hacen el amor indiferentes y apáticos
en la habitación de matrimonio.

Yo conservo
los pendientes de mamá
el reloj de papá
las alianzas de los dos
mis apuntes del bachillerato
y también las muletas de mi hermano
y tres fotografías de los cuatro
un verano en Castellón.

Me digo y me repito que
Sólo he vendido mi casa.

Y las olas de aquella playa
mi desconsuelo.

Autor: Javier Solé

Fotografía: Residencia de El Carmen para empleados del Banco Central en El Grao de Castellón (1968)

DESNONAMENT

Mai abandonaré la infància.

Vaig vendre la casa dels pares a un fons voltor.

Els turistes
fan l’amor indiferents i apàtics
al dormitori dels pares.

Jo conservo
les arracades de ma mare
el rellotge del pare
les aliances de tots dos
els apunts del batxillerat
i també les crosses del meu germà
i tres fotografies dels quatre
un estiu a Castelló.

Em dic i em repeteixo que
Només he venut la meva casa.

I les ones de la platja
el meu desconsol.

Autor: Javier Solé

Fotografía: En la playa de Peñiscola, año 1968

ciudades y personas (XVII): Barcelona. Mercat de Sant Antoni

CROMOS, LIBROS Y POSTALES

Has regresado esta mañana
al Mercado de Sant Antonio
para explorar entre los recuerdos.

los cromos de futbolistas
las revistas de cine
los libros de poesía
las postales de los paraísos

Has vaciado la casa.

todos los álbumes
todos los poemas
todas las novelas de mamá
y las fotos de artistas de papá
todo
absolutamente todo
a precio de saldo.

Como si tu vida fuera un escombro.

Autor: Javier Solé

CROMOS, LLIBRES I POSTALS

Has tornat aquest matí
al Mercat del Sant Antoni
a remanar entre els records.

els cromos de futbolistes
les revistes de cinema
els llibres de poesia
les postals dels paradisos

Has buidat la casa.

tots els àlbums
tots els poemes
totes les novel·les de la mare
i les fotos d’artistes del pare
tot
absolutament tot
a preu de saldo.

Com si la teva vida fos un enderroc.

Autor: Javier Solé

Fotografías: Mecat de llibres a la Ronda Sant Antoni (1915), Arxiu Fotogràfic de Barcelona

la señora

Recuerdo la gran entereza y serenidad con la que Julia, la madre de mi mejor amigo, asumió su muerte. Vivió toda su vida con un exquisito equilibrio entre la austeridad económica y la simulación social. Era como uno de esos señores feudales sin castillo ni hacienda, viviendo un marquesado de alcurnia. Te dispensaba un trato altivo, de una soberbia condescendiente, pero en ocasiones su relación con los vecinos y los amigos de sus hijos rozaba el desdén y la displicencia. Los demás éramos, en definitiva, súbditos. Y unos pocos, los más desafortunados, vasallos.

Era impresionante llegar a casa de mi amigo y que ya en el vestíbulo su madre te recibiera con la invitación a esperar en el gran salón, un cuarto minúsculo al que se accedía por unas puertas correderas y con una cristalera opaca serigrafiada con el blasón que tú imaginabas de un gran terrateniente andaluz aunque en realidad el linaje de Julia era de aparceros de Cuevas del Almanzora salvo un primo díscolo que trabajó en las minas de la Sierra de Almagrera.

Siempre, era norma, una espera interminable. Yo creo que lo hacía con doble intención; para darse importancia –“el prestigio crece cuanto te haces esperar”, proclamaba solemne ante un auditorio sobrecogido- y como maniobra de marketing que difundía las obras de arte que su marido había pintado y decoraban el diminuto gabinete. El esposo de Julia era un delineante –“valorar el arte es la asignatura pendiente de este país de zoquetes, Javier” me reiteraba siempre la señora- que dedicaba las horas de ocio y la poca vista que le quedaba a pintar bodegones y cacerías y, en ocasiones, influenciado por la pasión de su mujer por el Barroco, naturalezas muertas y vanidades. Él hubiera querido dedicar su tiempo a pintar curvas – oh, Lizano, mi Lizano!– y no líneas con la escuadra o cuadros convencionales por encargo. No sé, algo del estilo de los cielos estrellados de Vicent van Gogh o las tablas ondulantes del puente de Oslo que tanto le gustaban a Edvard Munch.

El porte de julia era impresionante. A mí, lo he pensado varias veces durante años, se me antojaba pariente de María Dolores Pradera, o la Bernarda del drama de Lorca. Aunque no me consta que le reclamara a pretendiente alguno el rosario de su madre.

Pero yo no puedo olvidar, lo dije al principio, la última de las imágenes cuando la visité en el hospital modernista de Doménech i Montaner antes de irme de soldado de reemplazo -¡que vergüenza no haber sido desertor o, como mínimo, objetor de conciencia– a un campamento en el desierto de Almería. La veo ahora, nítidamente, alejarse mientras yo en el pasillo voy en búsqueda del ascensor y ella en el quicio de la puerta como si fuera la alquería de sus padres en Villaricos, con una bata blanca de guatiné. Es un travelling digno de la nouvelle vague y Julia me saluda por primera -y última- vez afectuosa, entrañablemente humana y yo ya no recuerdo si le devolví el saludo o si mi sonrisa fue solo una mueca.

Y pienso que tal vez fue un tiempo en el que no estuve a la altura de las circunstancias pues bien sé ahora que un niño que no cuida los afectos es un hombre perdido.

Autor: Javier Solé, septiembre 2022

Fotografía: Lavadero público de Cuevas del Almanzora (años 50)

la desilusión

Hizo un viaje de dos horas en autocar para pasar conmigo el día. Yo trabajaba aquel verano en un pueblo de la Costa Brava. Estábamos paseando por una calle de L’Escala y exclamo emocionado que en un restaurante anunciaban “sardines a la planxa” y que ya teníamos la cena resuelta. Cuando fuimos a la noche nuestra desilusión fue mayúscula pues lo de “sardines a la planxa” era, en realidad, “sardanes a la platja”.

Es por eso que en fecha señaladas (el diez de julio, la víspera de nuestra “fallida ágape”, el diecinueve de noviembre, aniversario de su nacimiento, o el tres de junio, el de su muerte) yo siempre dispongo el ritual de comer sardinas a la brasa con una rebanada de pan con tomate, y lo hago como si fuera el sacramento de la eucaristía, y pienso en papá y en la dignidad con la que sobrellevaba su decepción aquella noche de verano en un pueblo de la Costa Brava  mientras en la hamburguesería rehogábamos de kétchup las salchichas y, a lo lejos -siempre es a lo lejos- se escuchaba el rumor de las olas en la orilla y los acordes de unas habaneras aunque  nosotros en verdad solo éramos capaces de oír el hilo musical de este bar de carretera que emitía una versión ínfima en castellano de “Strangers in the night”.

Recuerdo también que mi padre al marchar les dejó una espléndida propina y que zanjó mi sorpresa con un lacónico “lo cortés no quita lo valiente”.

A mi padre le gustaban las sardinas y Frank Sinatra, no necesariamente en este orden.

Autor: Javier Solé, octubre 2022

la promesa

PROMESA

No pudo evitar unas lágrimas al recoger la fotografía de sus padres encaramados al camello en Lanzarote. Puso el cepillo del pelo en el neceser y no olvido la crema hidratante y su perfume favorito. Antes de cerrar el piso con doble vuelta dio un último vistazo a las llaves del agua y del gas y se aseguró que el televisor estuviera apagado.

 Nunca imagino este abrupto desenlace. A una infección de orina le sobrevino una demencia senil que evolucionaba temerosamente por escarpados acantilados a mar abierto. Pero la madre empeoraba cada día un poco más y de forma rápida y decidida y tomó la decisión de reclamar una ambulancia y llevarla a urgencias. Tenía mucho miedo pensando que esa salida del hogar fuera definitiva, que el regreso a la casa fuera entonces una utopía, que este acto incumpliera la promesa que le hizo hace meses de no abandonar su casa bajo ninguna circunstancia. Y quiso la fatalidad que el oncólogo descubriera una lesión extensa e irreversible, inoperable, en el encéfalo. Ella no entendía la jerga técnica y las palabras concluyentes del equipo médico, sólo llegó a comprender que el ingreso era inmediato y el pronóstico sombrío.

Había asumido en solitario los cuidados que la sociedad patriarcal exige a las hijas eximiendo a los varones.

Horas y horas, días y días, en un desvelo por atender las necesidades de la anciana madre, rehuyendo siempre la palabra residencia. Permanecer en la casa familiar entre las fotografías, las figuritas de porcelana y los recuerdos. Bastión de la resistencia ante la intemperie, ancla entre los cimientos.

Supo entonces que aunque hubiera hecho todo y más por la mujer que la rescató del orfanato de un país del Este tal vez en lo fundamental había “fallado”. Que había faltado a la promesa… O tal vez ese compromiso no llegó a existir nunca pese a que en ella habitaba formalizado en una ceremonia solemne. Incluso es posible fuera solo la pretensión propia de espantar los fantasmas del desamparo de su niñez.

Entreabre la puerta de la habitación de la madre en cuidados paliativos y esboza una sonrisa mientras se asoma al interior y le muestra la bolsa con sus objetos más preciados. Al fondo, en el embozo de una cama blanca y limpia la cabeza cana de la madre. Duerme tranquila, la respiración es plácida e inaudible. Tiene los ojos cerrados. Con toda seguridad es este preciso instante el principio del final. Sólo se escucha el canto de la alondra en un terreno baldío.

Autor: Javier Solé, agosto 2022

Ilustración: Carl Wilhelmson, “Tired” (1898)

ciudades y personas: Ordal

ORDAL

En aquesta nova terra
recupereu, oh segadors!
La casa pairal dels nostres avantpassats
La tomba del miquelet
El gronxador de la tieta boja
El plor de la vinya vella
El batec de tres flors verges
El vincle de sang en la verema
El llegat apòcrif del hereu, pare.

Autor: Javier Solé

Fotografía: Sant Pau D’Ordal (Subirats), verema, sense concretar data

ORDAL

En esta tierra ignota
recuperad, oh segadores!
La casa pairal de nuestros antepasados
La tumba del miquelet
El columpio de la tía loca
El llanto de la viña vieja
El pálpito de tres flores vírgenes
El vínculo de sangre en la vendimia

El legado apócrifo del primogénito, padre.

Autor: Javier Solé

Fotografía: Esther y Maribel entre las viñas de Sant Pau D’Ordal, marzo 2022

la última tarde del mes de agosto

La última tarde del mes de agosto una lacónica melancolía invade los viñedos.

Estamos mudando de forma imperceptible y el ahora es ya el ayer y el mañana una daga en los recuerdos.

Hace ya muchos días que los vencejos han huido. Aquellas nubes, plañideras de un hechizo proscrito. En esta lluvia de la última tarde del mes de agosto el embrión de un quebranto. Pronto el camino será un lodazal impracticable.

La última tarde del mes de agosto el retorno de la infancia reflecta nuestras voces en los charcos.

Bienaventurados los mudos que me siguen hablando.

Autor: Javier Solé, agosto 2021

Fotografía: viñedos de Can Bonastre (Piera) (Anoia)