“Se puede vivir en cualquier choza mientras conserves tus castillos en el aire”
(Batania)
Fotografías de Esteve Lucerón, “La Perona” (1980-1989)
El barrio de chabolas de la Perona estaba situado al lado de las vías del tren en el barrio de Sant Martí de Provençals, en el espacio situado entre los puentes de la calle Espronceda y el antiguo Pont del Treball -con una ramificación hasta el desaparecido puente de la Riera d’Horta-, en el ámbito del actual parque de Sant Martí y los terrenos donde Adif construye el futuro complejo ferroviario de la Sagrera. Testimonio de aquella época, al otro lado de las vías, subsiste la Torre del Fang, mientras que el puente de Bac de Roda, levantado en 1987, llegó a convivir con las últimas barracas.
Con respecto al nombre, este se empezó a utilizar a raíz de la visita, en el año 1947, de Eva Duarte de Perón, primera dama de Argentina como segunda esposa del presidente Juan Domingo Perón. También conocida como a Eva Perón o la Perona, fue protagonista de una sonada visita a la España franquista en el año 1947, cuando, acompañada del dictador Francisco Franco recorrió el Estado -incluida Barcelona- en una operación propagandística que intentaba situar España en el concierto internacional en un momento en que la ONU excluía al régimen fascista por su colaboración con Alemania e Italia durante la Segunda Guerra Mundial y Argentina era el único aliado de peso, Vaticano aparte.
Es cierto que Eva Perón tenía una sensibilidad social hacia los más desfavorecidos que no tenían los gobernantes españoles del momento, y su tirante relación con Carmen Polo, la primera dama española, fue un claro ejemplo, pero bautizar el barrio en honor suyo responde a una ‘fake news’ de la época. Sin ningún fundamento, se difundió el rumor que Eva Perón “quería hacer construir casas para los pobres en la ronda de Sant Martí, y es por este motivo que la barriada adoptó el nombre de la Perona”. Todo era mentira, pero el nombre quedó fijado para siempre.
Se distingue dos épocas en este infrabarrio que básicamente constituía una sola calle con barracas en cada lado y unos pocos accesos hacia el exterior. La primera, entre 1945 y 1967 y la segunda, a partir de aquella fecha hasta la desaparición en 1989. El punto de inflexión es el inicio de un proceso de segregación social que hará que, al final, prácticamente el cien por cien de la población pertenezca a la comunidad gitana.
En la primera época, la Perona acogió inmigrantes provenientes de varias regiones españolas de las grandes oleadas de los años cincuenta y sesenta. En aquellos años el barrio creció hasta las 460 chabolas, pero, en teoría, el emplazamiento tenía un objetivo transitorio, ya que la esperanza de sus habitantes era poder acceder a pisos de la Obra Sindical del Hogar, un hecho que se fue haciendo posible durante los años del ‘desarrollismo’.
Pero a medida que los primeros habitantes del infrabarrio accedían a pisos en bloques en el mismo barrio de Sant Martí, donde se construía a destajo -y en muchos casos, pasando del barraquismo horizontal al vertical-, la población empezó a experimentar una sustitución social, y la relación entre payos y gitanos empezó a decantarse a favor de estos últimos, en parte también por la erradicación de otros barrios donde la comunidad gitana era mayoritaria, como el Somorrostro, en la Barceloneta, desmantelado el 1966, ya que parte de sus habitantes fueron derivados a la Perona, originando una situación de “tensiones sociales y ruptura definitiva de la convivencia”.
Empieza así una segunda fase, que durará hasta la desaparición del infrabarrio, donde la situación se irá degradando. En 1971, con 653 chabolas, la Perona ya es el núcleo mayor de Barcelona, una vez desmantelados los grandes poblados de Montjuïc y el Carmel y muchos de sus habitantes reubicados en el barrio de Canyelles y en la Mina, en el municipio de Sant Adrià de Besós. Entonces la población gitana de la Perona era de un 69%, y al final de la década llegó al 95%.
El cambio en la composición social llegó acompañado de un racismo antigitano alimentado de rumores como supuestos y nunca demostrados casos de agresiones, violaciones e incluso un asesinato, o la suposición bastante extendida de que los miembros de esta comunidad no eran capaces de vivir en pisos. De hecho, los planes de reubicarlos en pisos del mismo barrio o de otros próximos contó con la oposición activa de los vecinos payos, que los querían cuanto más lejos mejor y, al mismo tiempo, se negaron a la construcción de una escuela porque consideraban que alargaría su estancia en la Perona. Los problemas derivados de la adicción a las drogas, una de las lacras de los años ochenta, acabaron de dinamizar la convivencia.
La llegada de la democracia municipal a partir de 1979 impulsó los planes de reasentamiento y el deseo de una ciudad olímpica hizo el resto. Acabar con la imagen de infravivienda sin acabar con la pobreza.
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