Gabriel era un excelso poeta amante de las metáforas y los endecasílabos. Tenía un alto de ritmo de producción, aunque él prefería insinuar que las Musas no les abandonaban ni de noche ni de día. Para que la posteridad supiera de su manera de reflejar la Muerte, describir la Naturaleza, pormenizar las injusticas del Mundo y glosar el Amor tanteó primero hacerse con algún Premio literario -no obtuvo ninguna mención pese a la indudable calidad de sus sonetos- y, más tarde, envió a editoriales pequeñas y grandes, locales o foráneas, sus poemas primorosamente encuadernados. Tampoco ninguna tuvo el coraje de apostar por el poeta.
Descubrió que el camino más fácil y más directo para inmortalizar su obra era autopublicarse. Accedió, de esta manera, a controlar hasta el más mínimo detalle de la edición de sus obras. Incluso para alguna de ellas él mismo diseñó la portada.
Fue así como cada cierto tiempo daba satisfacción a su narcisismo y coleccionaba ejemplares que nadie compraba y que siempre regalaba. Algún amigo incluso le recordó en más de una ocasión que ya le había obsequiado con varios ejemplares de la misma obra. Él siempre en la página de cortesía escribía una bonita y emotiva dedicatoria, personalizada y con una rúbrica rimbombante. El texto siempre era el mismo, sólo era personal el nombre del destinatario.
Gabriel vendía pocos ejemplares y para su bochorno las cajas de los libros se acumulaban en el fondo del pasillo de su piso del Ensanche.
Una mañana de domingo, en el mes de noviembre, salió y antes del aperitivo en una terraza de la Plaza Universidad de Barcelona estuvo en el Mercado de Sant Antoni, donde pueden adquirirse libros y revistas o intercambiar los niños cromos. Fue una alegría mayúscula descubrir en uno de los tenderetes uno de sus libros, en concreto uno muy celebrado y audaz que eran haikus a mitad de camino entre el clasicismo y la vanguardia. Al ojearlo descubrió su letra en la dedicatoria y el nombre de una de sus amantes, Dorita, una chica sosa y botarate a la que disgustaban las películas subtituladas y a la que sólo agradaba bailar salsa y batuca en algún local de moda.
Gabriel enmudeció, indignado por la traición.
Desde esa fecha, con un avanzado programa informático, edita sus poemarios en PDF y ha dejado de contestar las llamadas de la imprenta. Ahora comparte en la red sus versos y el dinero que se ahorra lo gasta en vino y mujeres en las tabernas del Raval que es en la actualidad el escenario ideal para sus poemas, siempre escritos en verso libre.
A la chica -la venganza es un plato que se sirve frío- le ha enviado, a portes debidos, la filmografía completa de Eric Rohmer.
Autor: Javier Solé, septiembre 2016
Del libro de poemas “En el umbral del eclipse” (ISBN 978-84-1398-333-2)
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