Dos poemas de Charlotte Delbo

CUATRO POEMAS SOBRE AUSCHWITZ

Charlotte Delbo y su marido, Georges Dudach, pertenecientes al partido comunista francés, fueron detenidos el 1942. A él lo fusilaron, a ella la enviaron a Auschwitz, junto a otras 230 francesas. Solo sobrevivieron cuarenta y nueve.

I

Vosotros que habéis llorado dos mil años
al que agonizó tres días y tres noches
qué lágrimas tendréis
para los que agonizaron
mucho más de trescientas noches y mucho más de trescientos días
cuánto
lloraréis
a los que agonizaron tantas agonías
y eran innumerables
No creían en la resurrección eterna
Y sabían que no lloraríais.

Autor: Charlotte Delbo

Ilustración: Boris Taslitzky, “la mort de Danielle Casanova “(1949)

IV

Ese punto en el mapa
esa mancha negra en el centro de Europa
esa mancha roja
esa mancha de fuego esa mancha de hollín
esa mancha de sangre es mancha de cenizas
para millones
un lugar sin nombre.
De todos los países de Europa
de todos los puntos del horizonte
convergían los trenes
hacia lo innombrado
cargados con millones de seres
que eran descargados allí y no sabían dónde estaban
eran descargados con su vida
con sus recuerdos
con sus pequeños dolores
y su gran asombro
con su mirada que preguntaba
y no veía sino fuego,
que ardieron allí sin saber dónde estaban.
Hoy se sabe
desde hace algunos años se sabe.
Se sabe que ese punto del mapa
es Auschwitz.
Se sabe eso.
Y se cree saber el resto.

Autor: Charlotte Delbo

la señora

Recuerdo la gran entereza y serenidad con la que Julia, la madre de mi mejor amigo, asumió su muerte. Vivió toda su vida con un exquisito equilibrio entre la austeridad económica y la simulación social. Era como uno de esos señores feudales sin castillo ni hacienda, viviendo un marquesado de alcurnia. Te dispensaba un trato altivo, de una soberbia condescendiente, pero en ocasiones su relación con los vecinos y los amigos de sus hijos rozaba el desdén y la displicencia. Los demás éramos, en definitiva, súbditos. Y unos pocos, los más desafortunados, vasallos.

Era impresionante llegar a casa de mi amigo y que ya en el vestíbulo su madre te recibiera con la invitación a esperar en el gran salón, un cuarto minúsculo al que se accedía por unas puertas correderas y con una cristalera opaca serigrafiada con el blasón que tú imaginabas de un gran terrateniente andaluz aunque en realidad el linaje de Julia era de aparceros de Cuevas del Almanzora salvo un primo díscolo que trabajó en las minas de la Sierra de Almagrera.

Siempre, era norma, una espera interminable. Yo creo que lo hacía con doble intención; para darse importancia –“el prestigio crece cuanto te haces esperar”, proclamaba solemne ante un auditorio sobrecogido- y como maniobra de marketing que difundía las obras de arte que su marido había pintado y decoraban el diminuto gabinete. El esposo de Julia era un delineante –“valorar el arte es la asignatura pendiente de este país de zoquetes, Javier” me reiteraba siempre la señora- que dedicaba las horas de ocio y la poca vista que le quedaba a pintar bodegones y cacerías y, en ocasiones, influenciado por la pasión de su mujer por el Barroco, naturalezas muertas y vanidades. Él hubiera querido dedicar su tiempo a pintar curvas – oh, Lizano, mi Lizano!– y no líneas con la escuadra o cuadros convencionales por encargo. No sé, algo del estilo de los cielos estrellados de Vicent van Gogh o las tablas ondulantes del puente de Oslo que tanto le gustaban a Edvard Munch.

El porte de julia era impresionante. A mí, lo he pensado varias veces durante años, se me antojaba pariente de María Dolores Pradera, o la Bernarda del drama de Lorca. Aunque no me consta que le reclamara a pretendiente alguno el rosario de su madre.

Pero yo no puedo olvidar, lo dije al principio, la última de las imágenes cuando la visité en el hospital modernista de Doménech i Montaner antes de irme de soldado de reemplazo -¡que vergüenza no haber sido desertor o, como mínimo, objetor de conciencia– a un campamento en el desierto de Almería. La veo ahora, nítidamente, alejarse mientras yo en el pasillo voy en búsqueda del ascensor y ella en el quicio de la puerta como si fuera la alquería de sus padres en Villaricos, con una bata blanca de guatiné. Es un travelling digno de la nouvelle vague y Julia me saluda por primera -y última- vez afectuosa, entrañablemente humana y yo ya no recuerdo si le devolví el saludo o si mi sonrisa fue solo una mueca.

Y pienso que tal vez fue un tiempo en el que no estuve a la altura de las circunstancias pues bien sé ahora que un niño que no cuida los afectos es un hombre perdido.

Autor: Javier Solé, septiembre 2022

Fotografía: Lavadero público de Cuevas del Almanzora (años 50)

Poemas del holocausto de Anna Rossell (II)

I

Els vas sentir arribar amb els seus mastins.

I eren de ferro els cops
Jugaves al carrer, les veus
dels més petits es van trencar.

I eren de plom els cops

Van pintar l’estigma en el vitrall,
van profanar el teu lloc,
era un dia de sol per a tants ulls.

I eren pel pare els cops

Riuen els homes dels cinturons de cuir,
les seves botes vomiten el verí,
les seves ganyotes descarreguen trons.
I tants ulls sense boca i sense gest.

I eren pel pare els cops

A terra, un manyoc de tot i de no-res.
Esquitxos de sang al braçalet.

Ilustración de David Olere

Los oíste llegar con sus mastines.

Y eran de hierro los golpes
Jugabas en la calle, las voces
de los pequeños se rompieron.

Y eran de plomo los golpes

Pintaron el estigma en el cristal,
profanaron tu casa,
un día de sol para tantos ojos.

Y eran para padre los golpes

Ríen los hombres de cinturón de cuero,
sus botas vomitan el veneno,
descargan truenos sus muecas.
Y tantos ojos sin la boca y sin el gesto.

Y eran para padre los golpes

En el suelo, un manojo de todo y de ruina.
Sangre en el brazalete.

Ilustración de David Olere

III

L’espitllera ha deixat de ser-nos
esperança. Ja no plora el nadó,
però la mare l’estreny
contra el seu pit.

Aigua, ha dit encara,
un altre cop.

I s’ha fet definitivament
de nit al vagó. I el tren de bestiar
s’ha mogut altra vegada,
lentament.

Com si no hagués arribat al seu destí
encara.


La rendija ha dejado de sernos
esperanza. Ya no llora el bebé,
pero su madre lo estrecha
contra su pecho aún.

Agua, ha dicho todavía,
una vez más.

Y la noche ha caído definitivamente
en el vagón. Y el tren de carga
ha empezado a moverse de nuevo,
lentamente.

Como si no hubiera llegado a su destino
aún. 

Ilustración de Edith Hofman

XIII

Em fa vergonya el meu cos, que veig
en aquests cadàvers nus;
ja no els queda ni un bri d’humanitat.
Nom´s despulles.
I em demano quan trigarà el meu cos
a jeure entre aquests cadàvers
nus.

Me avergüenza mi cuerpo, que veo
en estos cadáveres desnudos;
no les queda ni una brizna de lo humano.
Sólo despojos.
Y me pregunto cuánto tardará mi cuerpo
en yacer entre estos cadáveres
desnudos.

Ilustración: Lucien de Cassan, “sobrevivientes”

XIX

Hi fa tant fred, aquí, i tot
és erm i gris, cap pell escalfa
una altra pell, cap mà acarona
una altra mà.  

Però avui, quan cavàvem la rasa
del filat, m’ha semblat que em somreies.
I he vist que era veritat: quan s’han endut
el cos tenies un gest plàcid als teus llavis.

 

Hace tanto frío aquí, y todo
es yermo y gris, ninguna piel da calor
a otra piel, ninguna mano acaricia
otra mano.

Pero hoy, cuando cavábamos la zanja
junto a la alambrada, me ha parecido que me sonreías.
Y he visto que era cierto: cuando se han llevado
el cuerpo tenías un gesto plácido en los labios.

Ilustración de Edith Hofmann

Retratos de España (253): atado y bien atado

No eran solo sombras
proyectadas en la pared,
noche de largo invierno.

Eran
Quico Sabaté.
Julián Grimau.
Enrique Ruano.
Cipriano Martos Jiménez
Salvador Puig Antich.
Los muertos de una guerra.

Niño, no mojes la cama

Las palabras de mamá
una admonición y yo
un ovillo entre mantas
con el miedo al general
y su aquelarre de sangre.

A las seis de la mañana
De un veinte de noviembre

papá me despertó:

Se acabó. No más pesadillas.

Pero las sombras siguieron
habitantes de mi sueño.
Los obreros en la iglesia de Vitoria
Arturo Ruiz.
Cinco abogados de Atocha.
Yolanda González.
Lasa y Zabala.

Y entonces fue papá
quien empezó a llorar.

Autor: Javier Solé

Fotografía: Masacre del 3 de marzo de 1976 en Vitoria

la desilusión

Hizo un viaje de dos horas en autocar para pasar conmigo el día. Yo trabajaba aquel verano en un pueblo de la Costa Brava. Estábamos paseando por una calle de L’Escala y exclamo emocionado que en un restaurante anunciaban “sardines a la planxa” y que ya teníamos la cena resuelta. Cuando fuimos a la noche nuestra desilusión fue mayúscula pues lo de “sardines a la planxa” era, en realidad, “sardanes a la platja”.

Es por eso que en fecha señaladas (el diez de julio, la víspera de nuestra “fallida ágape”, el diecinueve de noviembre, aniversario de su nacimiento, o el tres de junio, el de su muerte) yo siempre dispongo el ritual de comer sardinas a la brasa con una rebanada de pan con tomate, y lo hago como si fuera el sacramento de la eucaristía, y pienso en papá y en la dignidad con la que sobrellevaba su decepción aquella noche de verano en un pueblo de la Costa Brava  mientras en la hamburguesería rehogábamos de kétchup las salchichas y, a lo lejos -siempre es a lo lejos- se escuchaba el rumor de las olas en la orilla y los acordes de unas habaneras aunque  nosotros en verdad solo éramos capaces de oír el hilo musical de este bar de carretera que emitía una versión ínfima en castellano de “Strangers in the night”.

Recuerdo también que mi padre al marchar les dejó una espléndida propina y que zanjó mi sorpresa con un lacónico “lo cortés no quita lo valiente”.

A mi padre le gustaban las sardinas y Frank Sinatra, no necesariamente en este orden.

Autor: Javier Solé, octubre 2022

ciudades y personas (XIV): Barcelona. La Perona

“Se puede vivir en cualquier choza mientras conserves tus castillos en el aire”

(Batania)

Fotografías de Esteve Lucerón, “La Perona” (1980-1989)

El barrio de chabolas de la Perona estaba situado al lado de las vías del tren en el barrio de Sant Martí de Provençals, en el espacio situado entre los puentes de la calle Espronceda y el antiguo Pont del Treball -con una ramificación hasta el desaparecido puente de la Riera d’Horta-, en el ámbito del actual parque de Sant Martí y los terrenos donde Adif construye el futuro complejo ferroviario de la Sagrera. Testimonio de aquella época, al otro lado de las vías, subsiste la Torre del Fang, mientras que el puente de Bac de Roda, levantado en 1987, llegó a convivir con las últimas barracas.

Con respecto al nombre, este se empezó a utilizar a raíz de la visita, en el año 1947, de Eva Duarte de Perón, primera dama de Argentina como segunda esposa del presidente Juan Domingo Perón. También conocida como a Eva Perón o la Perona, fue protagonista de una sonada visita a la España franquista en el año 1947, cuando, acompañada del dictador Francisco Franco recorrió el Estado -incluida Barcelona- en una operación propagandística que intentaba situar España en el concierto internacional en un momento en que la ONU excluía al régimen fascista por su colaboración con Alemania e Italia durante la Segunda Guerra Mundial y Argentina era el único aliado de peso, Vaticano aparte.

Es cierto que Eva Perón tenía una sensibilidad social hacia los más desfavorecidos que no tenían los gobernantes españoles del momento, y su tirante relación con Carmen Polo, la primera dama española, fue un claro ejemplo, pero bautizar el barrio en honor suyo responde a una ‘fake news’ de la época. Sin ningún fundamento, se difundió el rumor que Eva Perón “quería hacer construir casas para los pobres en la ronda de Sant Martí, y es por este motivo que la barriada adoptó el nombre de la Perona”. Todo era mentira, pero el nombre quedó fijado para siempre.

Se distingue dos épocas en este infrabarrio que básicamente constituía una sola calle con barracas en cada lado y unos pocos accesos hacia el exterior. La primera, entre 1945 y 1967 y la segunda, a partir de aquella fecha hasta la desaparición en 1989. El punto de inflexión es el inicio de un proceso de segregación social que hará que, al final, prácticamente el cien por cien de la población pertenezca a la comunidad gitana.

En la primera época, la Perona acogió inmigrantes provenientes de varias regiones españolas de las grandes oleadas de los años cincuenta y sesenta. En aquellos años el barrio creció hasta las 460 chabolas, pero, en teoría, el emplazamiento tenía un objetivo transitorio, ya que la esperanza de sus habitantes era poder acceder a pisos de la Obra Sindical del Hogar, un hecho que se fue haciendo posible durante los años del ‘desarrollismo’.

Pero a medida que los primeros habitantes del infrabarrio accedían a pisos en bloques en el mismo barrio de Sant Martí, donde se construía a destajo -y en muchos casos, pasando del barraquismo horizontal al vertical-, la población empezó a experimentar una sustitución social, y la relación entre payos y gitanos empezó a decantarse a favor de estos últimos, en parte también por la erradicación de otros barrios donde la comunidad gitana era mayoritaria, como el Somorrostro, en la Barceloneta, desmantelado el 1966, ya que parte de sus habitantes fueron derivados a la Perona, originando una situación de “tensiones sociales y ruptura definitiva de la convivencia”.

Empieza así una segunda fase, que durará hasta la desaparición del infrabarrio, donde la situación se irá degradando. En 1971, con 653 chabolas, la Perona ya es el núcleo mayor de Barcelona, una vez desmantelados los grandes poblados de Montjuïc y el Carmel y muchos de sus habitantes reubicados en el barrio de Canyelles y en la Mina, en el municipio de Sant Adrià de Besós. Entonces la población gitana de la Perona era de un 69%, y al final de la década llegó al 95%.

El cambio en la composición social llegó acompañado de un racismo antigitano alimentado de rumores como supuestos y nunca demostrados casos de agresiones, violaciones e incluso un asesinato, o la suposición bastante extendida de que los miembros de esta comunidad no eran capaces de vivir en pisos. De hecho, los planes de reubicarlos en pisos del mismo barrio o de otros próximos contó con la oposición activa de los vecinos payos, que los querían cuanto más lejos mejor y, al mismo tiempo, se negaron a la construcción de una escuela porque consideraban que alargaría su estancia en la Perona. Los problemas derivados de la adicción a las drogas, una de las lacras de los años ochenta, acabaron de dinamizar la convivencia.

La llegada de la democracia municipal a partir de 1979 impulsó los planes de reasentamiento y el deseo de una ciudad olímpica hizo el resto. Acabar con la imagen de infravivienda sin acabar con la pobreza.

Retratos de España (252): pogrom ruso en Ucrania

Y obedecen

Aplastad las ciudades.
Haced añicos las murallas.
Destrozad fábricas y catedrales, almacenes y hogares;
apiladlos como caigan, entre escombros y madera
            renegrida y quemada:
            sois soldados y os lo hemos ordenado.

Construid las ciudades.
Levantad de nuevo las murallas.
Reparad fábricas y catedrales, almacenes y hogares;
apiladlos en forma de edificios para la vida y el trabajo:
            sois obreros y ciudadanos todos, y os lo hemos
            ordenado.

Autor: Carl Sandburg

Fotografía de un edificio residencial de Borodyanka, municipio situado a unos 50 kilómetros de Kiev, tras el ataque del Ejército ruso de marzo 2022

La patria
no es una
bandera
ni una
pistola.

La patria
es un niño
que nos mira.

Autor: Gloria Fuertes

Retratos de España (249): posguerra

Poemas de Begoña M. Rueda de su libro “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” con fotografías del trabajo de Eugene Smith titulado “Spanish Village” en Deleitosa (Extremadura):

Madre hace como que no escucha.
Madre sonríe.
Madre calla.
Madre cose.
Los hijos, siempre los hijos,
innecesarios como la maleza,
nunca entienden.
Sin duda hubiera sido más fácil sin ellos,
sin la maldición de Eva,
sin que le crecieran criaturas como tumores en las entrañas
que la ataran de por vida a un matrimonio.
Pero posguerra, mujer y pobre,
sobre todo mujer, y antes que nada, esposa.

Autor: Begoña M. Rueda

Fotografía: Eugene Smith, “Spanish Village (Deleitosa)” (1950)

Quizás hubiera sido más fácil sin los hijos.
Hubiera preferido justo eso, una vida santa,
por qué no, las cuatro paredes de un convento
a salvo de la vida, de los hombres,
de casarse mal y a prisa con quince años
por no dar que hablar.
A salvo de ser mujer.
De ser educada para callar, obedecer, parir
hasta desgarrarse el útero y acatar
que el varón se acuesta con otras
para seguir sintiéndose varón.
Sin duda hubiera sido más fácil,
pero posguerra, mujer y pobre.

Qué otro remedio que amar al verdugo.

Autor: Begoña M. Rueda

Fotografía: Eugene Smith, “Spanish Village (Deleitosa)” (1950)