
Lo más difícil para un bailarín es moverse libre, con todo su cuerpo. Por eso es de un virtuosismo extremo que una chica simpática disponga de la fuerza de voluntad y el empeño suficiente para, sentada en una silla, con las limitaciones de una lesión de la que todavía se recupera, moverse con una soltura, un aplomo y una vitalidad que supera a la mejor de sus compañeras. Quieta, con sólo los brazos y el rostro, transmitiendo al público toda la felicidad de bailar con sus amigas, de sentir que la mala suerte no le ha excluido y que la lesión es sólo un paréntesis que pronto concluirá. Todos creen realmente que se mueve, que los pies suben y bajan.
Tal fue el éxito de la coreografía adaptada para que Cristina asistiera al festival de la escuela que en la siguiente competición la chica lista menuda que dirige el grupo decidió realizar algunos cambios y reestructurar el show para que el protagonismo de la bailarina en la silla fuera el eje central de la actuación.
Rotundo. Apoteósico. Los tres miembros del jurado se miraron atónitos. No sólo por la vistosidad de la coreografía sino por la entrega sin límites y el tesón de la bailarina minusválida de la silla.
Ganaron. El primer premio. Ya la ovación cerrada del público lo anunciaba. Cuando el presentador voceó el nombre del Grupo todos los bailarines salieron corriendo al escenario. También Cristina.
Indignados y estupefactos, los miembros de la organización se miraron, con la vaga sensación de sentirse engañados. Ellos pensaban que era una chica con movilidad reducida de verdad y, por el contrario, se trataba de una experta bailarina fingiendo una lesión.
Tuvieron que devolver el premio. Fueron acusados de fraude. Todas las chicas lloraron, más Cristina por sentirse absurdamente culpable.
Han pasado varios meses. La silla todavía está en el contenedor al lado de la escuela. Es como si pesara un maleficio sobre ella, ningún mendigo la ha recogido. En la escuela de baile han olvidado el incidente. Cristina ya camina perfectamente. Y todos recuerdan con una sonrisa la espectacular actuación, aquella chica resplandeciente que era en la silla lo más parecido a una vedette de una costosa superproducción de Hollywood.
Tomás, el bailarín senior de la clase de los lunes, se ha fracturado una rodilla en un movimiento super simple. Si ningún mendigo recoge pronto la silla Franky Eum está pensando un nueva coreografía con Tomás pero le tienen dicho que si ganan él no suba a recoger el premio. Ni aunque Marga le grite guapo desde la grada.
Autor: Javier Solé, junio 2014
Fotografías de Marina Garci, obtenidas en el Festival de junio de Street Dance Area
Relato incluido en la versión impresa de “Golondrinas suicidas” (ISBN 978-84-9115-967-4)
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