yo y los demás (158)

LA TIMBA

Anochecía despacio
en la casa de mis tíos
del barrio viejo frente al mar.

Timba después de la cena!
anunciábamos a voces
en casa los más pequeños.

Antes de la segunda ronda
del chinchón, del remigio,
del cinquillo o de la escoba
el pasquín de papá y Pablo.

La tía Isabel irrumpe:
Tengamos la fiesta en paz.
Y un silencio que se extiende
por toda la cocina.
Hasta muda se quedaban
las alubias de Tolosa.
Las voces de los vecinos
llenaban ese mutismo.

Un minuto más tarde
Isabel vuelve a sentenciar:
Aquí paz y después gloria.

Pero yo sé que aquella paz
—la paz de los muertos,
la paz de los humildes,
la paz de los obreros—
no era paz, solo silencio.
No nos trajo la gloria
—dios para los que nos vencieron—
y que la fiesta fue
esa partida de cartas
—del chinchón, del remigio,
del cinquillo o de la escoba—
cada noche de verano,
tras la cena, en la cocina,
todos menos los ausentes
en un cónclave familiar
que desentierro de las ruinas
de aquel piso del Norte,
la colada de la tarde
sobre nuestros cuerpos
esperando el sol
de la mañana.

Autor: Javier Solé

Fotografía: En el piso de la calle Pescadería, timba de Pablo, Montse, Teresa, Isabel y Javier (1975)

la promesa

PROMESA

No pudo evitar unas lágrimas al recoger la fotografía de sus padres encaramados al camello en Lanzarote. Puso el cepillo del pelo en el neceser y no olvido la crema hidratante y su perfume favorito. Antes de cerrar el piso con doble vuelta dio un último vistazo a las llaves del agua y del gas y se aseguró que el televisor estuviera apagado.

 Nunca imagino este abrupto desenlace. A una infección de orina le sobrevino una demencia senil que evolucionaba temerosamente por escarpados acantilados a mar abierto. Pero la madre empeoraba cada día un poco más y de forma rápida y decidida y tomó la decisión de reclamar una ambulancia y llevarla a urgencias. Tenía mucho miedo pensando que esa salida del hogar fuera definitiva, que el regreso a la casa fuera entonces una utopía, que este acto incumpliera la promesa que le hizo hace meses de no abandonar su casa bajo ninguna circunstancia. Y quiso la fatalidad que el oncólogo descubriera una lesión extensa e irreversible, inoperable, en el encéfalo. Ella no entendía la jerga técnica y las palabras concluyentes del equipo médico, sólo llegó a comprender que el ingreso era inmediato y el pronóstico sombrío.

Había asumido en solitario los cuidados que la sociedad patriarcal exige a las hijas eximiendo a los varones.

Horas y horas, días y días, en un desvelo por atender las necesidades de la anciana madre, rehuyendo siempre la palabra residencia. Permanecer en la casa familiar entre las fotografías, las figuritas de porcelana y los recuerdos. Bastión de la resistencia ante la intemperie, ancla entre los cimientos.

Supo entonces que aunque hubiera hecho todo y más por la mujer que la rescató del orfanato de un país del Este tal vez en lo fundamental había “fallado”. Que había faltado a la promesa… O tal vez ese compromiso no llegó a existir nunca pese a que en ella habitaba formalizado en una ceremonia solemne. Incluso es posible fuera solo la pretensión propia de espantar los fantasmas del desamparo de su niñez.

Entreabre la puerta de la habitación de la madre en cuidados paliativos y esboza una sonrisa mientras se asoma al interior y le muestra la bolsa con sus objetos más preciados. Al fondo, en el embozo de una cama blanca y limpia la cabeza cana de la madre. Duerme tranquila, la respiración es plácida e inaudible. Tiene los ojos cerrados. Con toda seguridad es este preciso instante el principio del final. Sólo se escucha el canto de la alondra en un terreno baldío.

Autor: Javier Solé, agosto 2022

Ilustración: Carl Wilhelmson, “Tired” (1898)

ciudades y personas: Ordal

ORDAL

En aquesta nova terra
recupereu, oh segadors!
La casa pairal dels nostres avantpassats
La tomba del miquelet
El gronxador de la tieta boja
El plor de la vinya vella
El batec de tres flors verges
El vincle de sang en la verema
El llegat apòcrif del hereu, pare.

Autor: Javier Solé

Fotografía: Sant Pau D’Ordal (Subirats), verema, sense concretar data

ORDAL

En esta tierra ignota
recuperad, oh segadores!
La casa pairal de nuestros antepasados
La tumba del miquelet
El columpio de la tía loca
El llanto de la viña vieja
El pálpito de tres flores vírgenes
El vínculo de sangre en la vendimia

El legado apócrifo del primogénito, padre.

Autor: Javier Solé

Fotografía: Esther y Maribel entre las viñas de Sant Pau D’Ordal, marzo 2022

la última tarde del mes de agosto

La última tarde del mes de agosto una lacónica melancolía invade los viñedos.

Estamos mudando de forma imperceptible y el ahora es ya el ayer y el mañana una daga en los recuerdos.

Hace ya muchos días que los vencejos han huido. Aquellas nubes, plañideras de un hechizo proscrito. En esta lluvia de la última tarde del mes de agosto el embrión de un quebranto. Pronto el camino será un lodazal impracticable.

La última tarde del mes de agosto el retorno de la infancia reflecta nuestras voces en los charcos.

Bienaventurados los mudos que me siguen hablando.

Autor: Javier Solé, agosto 2021

Fotografía: viñedos de Can Bonastre (Piera) (Anoia)

mar abierto

MAR ABIERTO

“Siempre habrá un perro perdido en alguna parte que me impedirá ser feliz”

(Jean Anouilh)

No pudieron engañarle. Él sabía que las dos últimas semanas habían sido decisivas. Trascendentales y estremecedoras. Ella adelgazó hasta la lividez y los movimientos de su cuerpo eran cada vez más torpes. Él la miraba conmovido e impotente, como relojero que mesura el tiempo menguado. Cada día de esta inapelable pérdida se festejaba con una sobriedad descreída. Como agnósticos merodeando en el claustro de un monasterio benedictino.

Una tarde ella ya no regresó y él supo entonces que no volvería a verla. Cuando la madre depositó la urna con las cenizas en la vitrina del salón él se tumbó en la alfombra, frente a la arqueta con los restos volátiles de su dueña. Día y noche. Incansable al desaliento. Sin comprender cuanto aconteció, vislumbrando cada madrugada la magnitud de la alborada. Y devino el silencio melodía sincopada del duelo.

Una mañana de invierno los padres viajarán desde Castilla hasta el mar y allí despedirán a la hija.

La fidelidad del chucho de mi vecina, que custodia con esmero y devoción el alma de su ama me trae con amargura a la memoria aquellos perros que, en las playas argentinas, ladraban con rabiosa desesperación a los aviones que buscaban alta mar.

El piélago, tierra de asilo y exilio.

Autor: Javier Solé, agosto 2019

Ilustración: Iván Aivazovsky, “entre las olas” (1898)

Del libro de poemas “En el umbral del eclipse” (ISBN 978-84-1398-333-2)

las calles de la infancia del abuelo

A Gabriel

Recuerdo que aquellas tardes en casa del abuelo transcurrían con una calma enigmática, cuando yo regresaba de la escuela e iba, a regañadientes, a visitarlo. La abuela preparaba la merienda – los lunes tarta Balcarce, los miércoles alfajores y los viernes pastafrola; los martes y jueves tenía natación y me recogían mis otros abuelitos-. Esas tardes, mientras yo me embriagaba con aquellos dulces deliciosos él permanecía levemente absorto y taciturno, completando un inmenso puzzle que reproducía una calle de La Boca -más tarde, cuando estudié en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de Cárcova supe era un grabado de Collivadino-. Puedo evocar ahora la minuciosidad con la que estudiaba cada una de las piezas y su encaje; sus manos torpes y enjutas, la cabeza ladeada hacia la ventana como si algo o a alguien estuviera esperando y la mirada extrañamente extraviada, con una condensación recóndita.

Lo recuerdo siempre callado y distante pero su silencio era cálido y sus pocas palabras luminosas. Cautivo del hechizo de su tristeza y su ironía.

Supe por mamá que el abuelo fue aficionado a los rompecabezas desde que llegó a Barcelona, aunque yo he sospechado siempre que era una afición que ya venía de la infancia. Cuando lo quise investigar la abuela ya había muerto. Tampoco pude preguntar a los hermanos de mi abuelo. Nosotros somos una nueva estirpe que nace del exilio. La dictadura militar ha borrado mis ancestros, mi linaje es escuálido y macilento.

Es por eso precisamente que yo creo que el abuelo cuando adulto afrontaba la tarea paciente de los puzzles para no recordar los tormentos en el Club Atlético, las descargas en los testículos, los orines y la sangre en la leonera y ya viejito seguía horas y horas enfrascado -ensimismado- en esos gigantescos rompecabezas para no olvidar, para que la enfermedad dominara sólo sobre el tormento de sus huesos, preservando entera la memoria, nuestros nombres -los de los hijos y los nietos, los de amigos y vecinos- y los de todos los ausentes.

El día que volvimos del entierro del abuelo el puzzle estaba encima de la mesa de madera, las pocas piezas todavía no encajadas apiladas a un lado. Mientras mamá preparaba en la cocina el mate que bebía a sorbitos por la tarde el abuelo yo, instintivamente, ensamblé las últimas piezas del último puzzle del abuelo. Sonreí al recoger una de ellas -la requeteúltima, la definitiva- que calzaba una de las patas de la mesa.

Al alzar la vista abracé la idea de venir a Buenos Aires. Y dibujar en la memoria y en el lienzo las calles alegres de la infancia del abuelo.

Autor: Javier Solé, diciembre 2019

Ilustración: Pío Collivadino, “Una esquina de la boca” (1946)

el cementerio de los ingleses

Solíamos agotar la tarde avistando desde el cementerio de los ingleses las barcas de los pescadores que vuelven a la ensenada. Era ayer y es siempre.

La maleza medra entre lápidas y mausoleos y los nombres de los que partieron son ya olvido. No es tarea fácil discernir el movimiento imperceptible del Cantábrico; el bóreas susurra una endecha que las piedras escuchamos en silencio. Una lluvia fina nos bendice. El iris de tus ojos se refleja en el índigo. Ninguna inquietante sombra diezma el gozo liviano. Este ocaso será el último adagio.

Cae, de súbito, una noche y pleamar irrumpe en nuestro edén. Tú, poco a poco, renuncias a respirar. En la playa los guijarros amortajan a una sirena.

Este otoño en el Paseo Nuevo las mareas vivas están bramando el desgarro.

Para que tu nombre sea siempre recuerdo y la maleza no enmascare la historia franqueas las olas de nuestro mar, del agua que secuestraba tus ojos, y desde los altozanos cercanos las ermitas de adobe de los ateos custodian tu travesía con celo. Bienaventurado éxodo sin fin.

Autor: Javier Solé, noviembre 2019

Ilustración: Oswald von Glehn, “Boreas and Orithyia”

Del libro de poemas “En el umbral del eclipse” (ISBN 978-84-1398-333-2)

la vida y la muerte (195): la cometa

LA COMETA

“Mientras esté oscuro todos seremos niños”

(Ana Pérez Cañamares, fragmento de un poema de “Las sumas y los restos”)

Sobrevuela la cometa el mar. Dibuja sonrisas, corteja con requiebros las nubes. Los albatros, asustados, recelan de este astro y planean el magnicidio.

Enmudece la ensenada entera antes del rayo verde. El niño, arrodillado junto a la cometa enferma, llora; no por el valor escaso de la birlocha rota, sino por ver destruido el último recuerdo vivo de su padre, el regalo que le entregó aquella misma tarde que fue movilizado en una guerra de la que nunca regresó.

Autor: Javier Solé, junio 2014

Ilustración: Adam Emory Albright, “Niños jugando con cometa”

Del libro de poemas “En el umbral del eclipse” (ISBN 978-84-1398-333-2)

las cuatro estaciones (136): invierno. Copos de nieve en Dakar

Los copos de nieve que imagino recomponen la tarde. Y mi vida. Tiempo de nostalgia en estos crepúsculos deliberadamente deshabitados. Hace años abandoné la casa de mis padres. No construyo un futuro en este continente. Me limito a vivir el presente. No estoy huyendo del pasado, sólo afrontó las heridas con aplomo. Pero ahora, hoy, los recuerdos de diciembre en Barcelona dibujan un muñeco de nieve. Mi hermana con una rama muy delgada y frágil inventa las manos, yo concibo los ojos con dos nueces y mi padre idea con una zanahoria la nariz. No es un muñeco perfecto. Ni siquiera puede permanecer erguido más de media hora.

Habita mi memoria de diciembre un árbol y un pesebre de cartón. Al establo le faltan el niño y el buey; el churumbel yantar del cabestro, a la bestia le degüellan los pastores. Conservo la última carta de mi hermana, fragmentos de juguetes rotos que ya nadie ha querido reparar, calcetines horadados de mi madre que ya nunca enmendó.

Puedo, a cuatro mil cuatrocientos setenta y cuatro kilómetros de distancia, esbozar una imagen de mi hogar.

En el paseo parpadean las luces. El viento musita un villancico fúnebre. El redoble de campanas, inaudible. Dos viejos caminan juntos. A uno le duele el corazón, a la otra le devora la tristeza. Van juntos camino de la muerte. Solos.

Autor: Javier Solé, diciembre 2018

Del libro de poemas “En el umbral del eclipse” (ISBN 978-84-1398-333-2)

ciudades y personas (XII): L’Hospitalet de Llobregat. Rambla Marina en otoño

No et perdis, filla.

El camí de retorn
encara no està nevat.
Les fulles són fites
i en els bancs del passeig
els vells no tenim pressa.

Només amb el vent de la nit
tremola el teu nom en els llavis.

Autor: Javier Solé, diciembre 2020

Fotografía: Rambla Marina, barri Bellvitge, tardor 2020