Están los del principio, cuando no se miden las consecuencias o se calculan mal.
Están los juguetones, los de encima de la lavadora, contra el fogón de la cocina o frente a la playa de un lago desértico.
Están los tenues, los sucios, los que pesan en el alma como cae el rocío en las mañanas húmedas, y los impúdicos en retretes de antro de noche cuando ya se está demasiado cansada para seguir deseando de veras; están los leves de al ladito de la estufa, los de los días felices de besar el aguacero y lloverse el uno al otro, los hay como playas con costas que delinean las curvas de tus caderas.
Los hay empalagosos, los hay dicharacheros, están los de los andenes de los trenes, los que tardan siempre demasiado en irse del todo, los de hola qué tal si no me besas es que estoy muriendo y los de vale, pero cuídate mucho.
Existen. Los besos existen. Existen los que despiertan en medio de la madrugada comiéndose el fondo de tu sueño, los te vacían las arterias, deshacen el hastío y rellenan los conductos de tu sangre con los restos.
A veces, algunos están en peligro de extinción, los que dibujan nuestros contornos y los desgarran después y en cuyo centro solo está el placer espiritual del espasmo, pero, en cualquier caso, se recuperan de la inminencia de desaparecer.
Aunque los besos no deberían pensarse, hoy recapitulo, hoy que tanto he besado. Los hay de tantos tipos y en momentos tan distintos, que siempre se besa por vez primera.
Los besos son actos performativos, o sea, actos que se realizan precisamente por hacerse a través de la boca, como prometer, jurar, recitar, pronunciar el matrimonio o bautizarnos el uno al otro.
Quizá solo se midan bien las consecuencias al principio, cuando no se calculan, y no lleguemos nunca a conocer sus efectos siempre tan agigantados, y es que los besos son gigantes translúcidos que se mueven de boca en boca.
Están, en definitiva, los besos de antes y los de ahora, distintos, en forma de espiral o planos como cuchillas. Besos del principio, besos de antes, besos de ahora, y besos de mañana, cualquiera abre un cajón y le salen un millón de labios atropellándose contra el cielo de la boca.
Pero están también los besos del después, distintos de los del mañana: inertes, los besos de lo sórdido, los besos asquerosos de cuando ultrajados dos desprenden su aversión y asumen más repulsión que la de antes, cuando no se miden las consecuencias o se miden mal – fieramente mal –.