El paraíso sobre los tejados…
Será un día tranquilo, de luz fría
como el sol que nace o muere, y el cristal
cerrará el aire sucio fuera del cielo.
Se nos despierta una mañana, una vez para siempre,
en la tibieza del último sueño: la sombra
será como la tibieza. Llenará la estancia,
por la gran ventana, un cielo más grande.
Desde la escalera, subida una vez para siempre,
no llegarán voces, ni rostros muertos.
No será necesario dejar el lecho.
Sólo el alba entrará en la estancia vacía.
Bastará la ventana para vestir cada cosa
con una tranquila claridad, casi una luz.
Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido.
Será los recuerdos como grumos de sombra
aplastados como las viejas brasas
en el camino. El recuerdo será la llama
que todavía ayer mordía en los ojos apagados.
Autor: Cesare Pavese
Ilustración: Rene Magritte, “el reino de las luces” (1954)
A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno
Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
Autor: Juan Luis Panero
Ilustración: Cezanne, “azucarero, cafetera y plato con fruta” (1890)
La muerte en las obras de Pavese (1908-1950) siempre fue una constante, como si tuviera una fijación especial por ella. Pavese fue un joven introvertido, de pocos amigos. De hecho, su mejor amigo de la infancia se suicidó. Nunca se le dieron bien las mujeres.
“Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada”. (Cesare Pavese)
Tenía sólo 42 años cuando se quitó la vida en un desolado hostal de Turín. Pidió una habitación con teléfono. Desde la habitación –que en aquellos tiempos requería solicitar las llamadas a la centralita del hotel- intenta contactar con varias amigas; una tras otra declinan reunirse con él. La fatalidad en las relaciones con las mujeres parece acompañarle hasta el final. Pocas horas después, tras haber tomado barbitúricos, se tumba en la cama de su habitación del hotel Roma, para esperar la muerte. Tenía los ojos de Constance Dowling.
Bajo el título “Vivir cansa: Cesare Pavese” puedes leer aquí la excelente narración del suicidio del poeta:
http://www.filmica.com/jacintaescudos/archivos/007257.html
En este mismo blog Vendrá la muerte y tendrá tus ojos:
https://fragmentsdevida.wordpress.com/2012/03/14/verra-la-morte-e-avra-i-tuoi-occhi-ii/