Que me perdonen los exiliados de Gabriel, los indignados de Iván, las amantes de María, los republicanos de Marisa, las mujeres de Molinero, los versos íntimos de Lidia.
Que me perdonen, también, en Catalunya, Margarit i Marti i Pol. Y los poetas españoles, todos ellos. Gloria Fuertes, Gil de Biedma, Goytisolo, León Felipe, Machado. Todos. Que todos los poetas vivos o muertos sean indulgentes conmigo (tanto como yo lo soy a veces con ellos).
El poema que prefiero, el poema que me gusta es el poema que busco. Los versos de Mercedes. Aquel que mi vecina escribió y leyó en el funeral de mi madre. Un poema cotidiano, de rima forzada, de autor novel desconocido.
Mercedes era una mujer bajita que pasaba desapercibida y escribía por las noches todo lo que le acontecía. Unas veces en prosa, otras en verso. Palabras que daban aliento a su vida, con marido y cuatro hijas. Era razonablemente feliz pero lo era aún más cuando en la cocina, con la casa en silencio, amenizado por la tos de alguna hija, escribía.
No recuerdo bien el contenido del poema de Mercedes, aunque probablemente reproduciría las mismas obviedades que una amiga puede escribir de otra cuando la deja sola en el mundo. Es posible nos ofreciera a los hijos un consuelo que le susurraba mi madre al oído. Seguramente no era ni original ni tampoco ningún sesudo catedrático lo incluirá en antologías intelectuales de poetas memorables. Era, sencillamente, un bonito poema amigo.
Tal vez ese poema haya sido destruido por alguna de las hijas herederas cuando Mercedes sucumbió al cáncer un año después de la muerte de mi madre. Si yo hubiera podido hacerme con él lo guardaría en la caja de latón de las galletas, para leerlo algunas tardes y, como los faraones egipcios, disponer en el testamento sea inventariado con el resto de mis exiguas pertenencias el día que me den atea sepultura.
Autor: Javier Solé
Ilustración: Retrato de la poetisa griega Safo de Lesbos o Safo de Mitilene
Relato incluido en la versión impresa de “Rehén de la memoria” (ISBN 978-84-9050-719-3)