Los tres poemas propuestos se integran en “Las sumas y los restos” (2013):
“Pero por otra parte me resisto
a caricaturizaros como santos
porque estuvisteis vivos
y la vida es un asunto poliédrico”
Para mi madre la rebeldía
las monerías insulsas
los cuentos, la casa limpia
la nieta rubia como ella
pero nunca le leí los poemas
que hablaban de lo que importaba.
Quise creer que no los entendería:
en realidad no quería asustarla.
Sufríamos idénticas tormentas
pero yo nunca aprendí a callar.
Su elegancia hecha de silencios
sus mazmorras ocultas a la vista.
Yo prefiero la tortura pública.
Corres en maratones por la felicidad.
Ahora, madre, ya no estás para ver
cómo vomito después de alcanzar la meta
ni cómo, a veces, levanto un trofeo
y lo miro incrédula, con tus ojos.
Ilustración de Dima Dmitriev
Tienen hambre y frío tus mentiras,
padre, como niños de posguerra.
Espías y héroes con sus disfraces
cruzan decorados de cartón;
y tú no sabes, no quieres saber
que yo no necesito para quererte
a tus espectros de función escolar.
Si tus fantasías disolventes
no borraran el pasado
si tus tragicomedias
no deshicieran el camino
que ya hemos recorrido
si no dejaran tus mentiras
este insoportable olor a lejía
esta pulcritud de álbum vacío
si me dejaran recordar
que alguna verdad has tenido que darme
alguna verdad que me guiara hasta aquí.
Y sin embargo sé que sin salvarte
yo peso más, me hundo y me voy al fondo
de nuestra historia. Tengo que salvarte,
padre, recordar lo que otros te hicieron
cuando eras niño, el largo camino enlodado
hasta el colegio, la casa sin ventanas
en la que tu madre murió licuándose entre tus dedos
los cadáveres que te atravesaron la nuca con sus miradas
cuando eras niño, padre, cuando eras niño.
Tengo que recordar que tus mentiras de ahora
son los sueños de otra época, que vuelven a pedir cuentas
como bebés abandonados a la puerta de una iglesia.
Ilustración: Miles Cleveland Goodwin
Vuestras manos:
que tiraron de una mula
que recogieron la leña
y que curaron las heridas
que remendaron la ropa
que pusieron inyecciones
y que pagaron facturas
que firmaron hipotecas
que removieron las gachas
y levantaron del suelo
a los hijos, que perdieron
guerras y se retorcieron
a causa de la artrosis.
Vuestras manos:
que debieron entender
tan poco de este mundo
que ya no las necesitaba.
A veces las veo en otros
como si fueran un préstamo
como si no se resignaran
a dejar de ser ya útiles.
Vuestras manos:
algún día colgarán
de mis brazos.
Ilustraciones: Otto Dix, “retrato de los padres” (1924) y (1921), respectivamente,