“Dices que cada nueva mañana nos trae mil rosas; sí, pero ¿dónde están los pétalos de las rosas del ayer?”
Charlot prepara la cena de Año Nuevo con un cuidado enternecedor. Recorta un papel para imitar el mantel calado, limpia el polvo de los muebles, dispone artísticamente los vasos y los platos, enciende las velas… Pero Georgia se ha olvidado de la cita y el vagabundo espera en vano. Se duerme y sueña –de nuevo la compensación psicológica de los sueños- que Georgia ha llegado y está cenando con él, acompañada de sus amigas. Y para divertirlas inventa la danza de los panecillos. Con los dos panes clavados en dos tenedores imita los pies de una marioneta que baila, que realiza los más bellos y graciosos movimientos de una bailarina. Esta danza de los panecillos tiene su origen en las marionetas londinenses de los Walton, que Chaplin admiró en su niñez, y gustaba reproducir para sus amigos de Hollywood. Las muchachas aplauden entusiasmadas. Georgia da un beso a Charlot y éste se desmaya de emoción. Pero, al despertar, se encuentra nuevamente con la realidad: está completamente solo.