En esta convencional fotografía de grupo fechada en agosto del 2010 aparezco junto a mi familia y mis tres primos de Donosti; tiempo habrá de evocar otras estancias y a toda mi familia del Norte. La fotografía no la hizo ningún transeúnte, es una instantánea fruto del azar que nace del disparador automático.
Antes de entonces había visto a mis primos de Donosti en un día frío, gris y triste de diciembre, en el entierro de mi tía. Han transcurrido, pues prácticamente diez años y desde esa última fecha se habían sucedido, por este orden, la muerte de mi madre, la del padre de mis primos y la de mi propio padre. No sólo habían transcurrido nueve años, nos separaban (o nos unían) varias muertes. Es, por consiguiente, el reencuentro de unos huérfanos.
La génesis de la fotografía es un viaje a Euskadi del que no había dado cuenta a mis primos. Durante varios días había aplazado estúpidamente la llamada bajo la coartada de no arrebatarles a mis hijas la visita a los lugares emblemáticos programados. Pero aquella larga tarde en la que todos volvimos a vernos constituye el corolario del desplazamiento, la guinda del viaje. Estuvimos en varias tabernas, txikitos unos, zuritos otros y yo sagardoa, y acabamos en la Katalunia Plaza, en el barrio de Gros.
La fotografía está hecha a la entrada de la taberna, con poca luz. Y no es una fotografía donde se ponga de manifiesto sufrimiento alguno, ni tan siquiera pena o pesar. Prácticamente todos estamos sonriendo. Por otra parte, ya sabéis que hasta en la más vulgar de las imágenes late una historia entrañable llena de dolor y recuerdos.
P.D. El año pasado mi prima koxkera se casó y yo fallé –otra vez- y no fui a su boda civil. Confío que la próxima vez que todos nos reencontremos, aunque transcurra una década –espero que no-, no se acumulen tantas muertes y ninguno de los presentes esté ausente.